En la Época del Antiguo Testamento

El Antiguo Testamento nos da algunos ejemplos sobre matrimonios con personas del mismo pueblo (Gn. 24:3-4), y con personas ajenas a éste (Gn. 26:34-35). Aunque las nupcias entre una misma etnia (endogamia) eran bien miradas, siempre ha sido normal la práctica de casamientos con personas de otro pueblo. No obstante, al llegar la Revelación divina a la nación de Israel, los matrimonios mixtos fueron severamente prohibidos (Éx. 34:15-16). Al hablar de matrimonios “mixtos” en la época del Antiguo Testamento, nos referimos a enlaces matrimoniales con personas de otro grupo cultural; con personas no israelitas. Ya al terminar la época del Antiguo Testamento, en el período post exílico, el profeta Malaquías, el erudito Esdras y el gobernador Nehemías, condenaron terminantemente el casamiento de judíos con personas de otra nación (comp. Mal. 2.10–16; Esd. 9.1–2; Neh. 13.23–29).

En la Época del Nuevo Testamento

En las Escrituras neotestamentarias, la enseñanza sobre el matrimonio, exclusivamente dentro del pueblo de Dios, es tan vigente como en los documentos del Antiguo Testamento. Pero en las Escrituras cristianas, hay un cambio de enfoque. Cuando se habla de “Pueblo de Dios”, ya no se alude a la nación de Israel o a un grupo étnico. Ahora, el pueblo escogido lo forman todos aquellos que han aceptado el mensaje de Jesús. Pablo advierte contra la unión en yugo desigual (2 Co. 6:14). Esta enseñanza es aplicable a todas las áreas de la vida, incluyendo el matrimonio. Cuando defendía sus derechos como apóstol, alude a su prerrogativa de poder tomar a una “hermana” por mujer (1 Co. 9:5). Obviamente se refiere a una mujer creyente en Cristo. Las viudas también podían casarse nuevamente con quien quisieran, con tal que fuese en “el Señor” (1 Co. 7:39), es decir, con un hermano en la fe.

Podemos concluir, que a través de toda la Biblia se enseña a tener cuidado al escoger al futuro cónyuge. Los discípulos y las discípulas de Jesús deben casarse con otros y otras que también lo sean. Es decir, cristianos con cristianas y viceversa. De ninguna otra forma, ni en el matrimonio ni en el pololeo (esto último ahora es culturalmente aceptable). 

En la Época Actual: El Problema en las Iglesias

La sociedad actual, se caracteriza cada día más por el individualismo. Las personas tienden a pensar en sí mismas, y no en el bien del otro. Cuando llega el momento de elegir una pareja, no siempre se consideran los motivos correctos para ello. Los traumas, complejos y frustraciones de cada uno, impiden analizar cada situación con objetividad. Esto ha provocado mucha amargura entre los creyentes solteros y las creyentes solteras de las iglesias.

Se ha vuelto común la soltería, especialmente entre los jóvenes con una edad apropiada para casarse. Cada vez contraen matrimonio a una mayor edad. Esto en sí no es un problema. El conflicto es el temor en los solteros y solteras que los ha llevado a esta situación. No quieren casarse para fracasar. Se busca la pareja ideal. Aquella que cuadra perfectamente con los planes y personalidad de cada uno y cada una. Los más cuidadosos y cuidadosas, prefieren esperar la voluntad del Señor. Pero el tiempo pasa y no se ven rastros de esa voluntad “matrimonial”.

Existen casos de iglesias con bastantes solteros. Lo curioso es que entre ellos y ellas no se produce atracción de pareja. A lo más se gustan como amigos y amigas. En algunos casos, oran unos por otros y otras para encontrar el o la cónyuge o apropiado o apropiada. Esto ocurre por años, sin haber soluciones. El o la creyente empieza a considerarse un solterón o solterona abandonada. Los problemas de la vida, y la presión social comienzan a deprimirlo o deprimirla. Nadie quiere llegar a una etapa de vejez en soledad.

En el cuidado de no equivocarse, algunos y algunas llegan a pensar que los y las creyentes, como pareja, son peores que los incrédulos o incrédulas. Es preferible, dicen, “andar” con un “mundano” o una “mundana”. No faltan los arriesgados o arriesgadas que “por probar”, por intereses materiales o por simple sensualidad, buscan una pareja que no es creyente. Comienzan así una relación peligrosa. Es verdad que sabemos de parejas que habiendo seguido este camino, han tenido un matrimonio exitoso. NO obstante, son casos muy contados y especiales. No resulta prudente tomarlos como norma. También sabemos de casos como estos que han terminado en verdaderos desastres. Jóvenes y señoritas que habiendo sido herramientas muy útiles al Señor, han terminado en el mundo, acarreando secuelas que nunca podrán borrar. Otros más afortunados y afortunadas, han seguido en la iglesia, pero sin ministrar como lo hacían antes. 

¿Cuál es la falla en nuestras congregaciones? ¿El Pastor o la pastora no están cumpliendo con su deber de enseñar a sus miembros? En el caso de los jóvenes y señoritas que cometen este error, ¿son hijos o hijas de padres y madres torpes? ¿Son hijos o hijas de padres separados y hogares rotos? ¿O la rebeldía de estos hijos e hijas es tal, que pagan su propio pecado? Quizás, haya algo de todo esto. Aunque, en algunos casos, no se trata de rebelión contra la enseñanza del hogar, sino solamente de ingenuidad. La persona soltera cree que su pareja “cambiará”; después de todo, dicen, el Señor es bueno. Recordemos que la inteligencia es un don, y no todos la recibimos en la misma cantidad. 

Sin duda, la lista de factores que llevan a la realización de un matrimonio mixto, puede ser larga. Cada cuál defenderá su acto con todos los argumentos posibles. Pero no importa. No debemos olvidar que una pareja, no vale ni el servicio que podemos prestarle a Dios, ni nuestra alma. Todos los creyentes tienen una carga que llevar. La soltería (por no encontrar una pareja cristiana), puede ser una de ellas.

 

La ética cristiana exige que se viva de acuerdo a las Escrituras. Dios quiere familias cristianas. No basta que sólo algunos miembros de la familia sirvan al Señor. Todo el grupo debe hacerlo; los hijos, los padres y los esposos. Y respecto de estos últimos, no uno solo... sino ambos. Si no queremos que en la próxima generación algunos jóvenes y señoritas sirvan al Señor y otros y otras no, debemos criarlos en un ambiente completamente cristiano. Un entorno en el cual tanto el padre como la madre vivan como verdaderos creyentes. Frente a esto, no debe haber matrimonios mixtos en la iglesia de Cristo.