Confesionalidad, Misión y Piedad
Uno de los problemas de la iglesia contemporánea es la Evangelización, o mejor dicho la misión. El no comprender realmente que es lo que conlleva el término en el sentido bíblico ha provocado un desajuste al formato que Jesucristo y sus Apóstoles nos enseñan a través de las Escrituras. La Historia es testigo de los esfuerzos evangelizadores de la Iglesia primitiva pasando por la era protestante de los Reformadores. “Cuando la verdad bíblica y reformada es amada y correctamente enseñada, la evangelización y la actividad misionera abundan”. Con esto se quiere decir que debe haber una enseñanza correcta de la verdad bíblica, la cual lleva a un ejercicio correcto en la vida práctica y en la misión que corresponde a la Iglesia.
Este tratado quiere traer nuevamente a la memoria y práctica lo que las Iglesias confesionales han enseñado siglo atrás y que hoy se ha perdido con el tiempo. Tomo las palabras de Jesucristo en el evangelio de San Mateo: “Por tanto, id, y haced discípulos a todas las naciones, bautizándolos en el nombre del Padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo; enseñándoles que guarden todas las cosas que os he mandado; y he aquí yo estoy con vosotros todos los días, hasta el fin del mundo. Amén” (Mat. 28: 19-20).
Por tanto ¡Id!
“Por tanto, id, y haced discípulos a todas las naciones, bautizándolos en el nombre del Padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo; enseñándoles que guarden todas las cosas que os he mandado; y he aquí yo estoy con vosotros todos los días, hasta el fin del mundo. Amén.” (Mat. 28: 19-20).
Definitivamente éste es el versículo clave para comenzar con el tema, una orden directa de nuestro Señor Jesucristo a sus discípulos, y por supuesto a nosotros, la cual llevaba mucha “urgencia” (¡id, vayan!). Con esta misma urgencia se cree que es necesario abordar el tema. Comencemos.
La primera frase, “Por tanto, id”, en griego es poreúomai (πορεύομαι), su significado es: viajar, ir, andar, subir, seguir[1]. Podría traducirse como “las actividades generales de la vida”[2], se refiere a una vida conformada a la misión, que aprovecha cada instante para glorificar a Dios en llevar las Buenas Nuevas a todo hombre y mujer. Como dice Hendriksen: “que la evangelización del mundo estuvo desde el principio mismo incluida en el propósito de Dios”[3]. Claramente este mandato no se conforma a una forma puntual de evangelismo, o mejor dicho “impactos evangelísticos” usados comúnmente en nuestros tiempos, los cuales son superficiales y buscan un resultado rápido y pragmático[4], sino a un evangelio que aborda todo y a todos, en todas las circunstancias de la vida.
Cada Creyente tiene la misión de extender el Reino de Dios y su Justicia, no solo transculturalmente, sino a todos. Calvino escribe: “Somos llamados por el Señor con esta condición: que, después, todos nos esforcemos por llevar a los demás a la verdad, restaurar a los errantes al camino derecho, tener una mano ayudadora a los caídos, ganar a los que están fuera”[5] Los verdaderos creyentes anhelan extender la verdad de Dios por todas partes y que Dios sea glorificado en esto.
“Haced Discípulos”, es un mandato enérgico. Queda claro que la enseñanza es indispensable en la misión, Dios no nos llama a convertir al mundo, ya que este trabajo es obra de Dios mismo, pero sí nos llama a enseñar. Un discípulo es un aprendiz, un alumno que estudia, comprende y practica. Hendriksen comenta:
“Es necesario que los pecadores sepan acerca de su propia condición perdida, de Dios, de su plan de redención, de su amor, de su ley, etc. Sin embargo, esto no es suficiente. El verdadero discipulado implica mucho más. Un entendimiento puramente mental hasta ahora no ha hecho ningún discípulo. Es parte del cuadro, de hecho, una parte importante, pero sólo una parte. La verdad aprendida debe ser practicada. Debe ser apropiada por el corazón, la mente y la voluntad, para que uno permanezca o continúe en la verdad. Sólo entonces uno es verdaderamente “discípulo” de Cristo (Jn. 8:31)”.[6]
Después de ver los significados en el original de “Por tanto, id” y “Haced Discípulos” nos pasaremos inmediatamente a unas líneas más abajo, me refiero a la palabra “enseñándoles”, la cual en el griego es didásko (διδάσκω), y su significado es: “enseñar, instruir, aprender”. Con esto vemos claramente que la misión, evangelismo no solo es hacer el llamado: “Dios tiene un plan maravilloso para tu vida”, sino que es enseñanza e instrucción en doctrina de principio a fin. Es en esto en lo cual los Apóstoles se preocuparon en cada viaje misionero, como también en cada carta que escribieron. Esto lo podemos ver claramente en Pablo que da instrucciones sobre la doctrina, como también defiende la misma (Rom. 1: 14-15; 1 Cor. 1: 10; Gal. 1: 8-9; Fil. 1: 9-11; Col. 1: 9-12).
Claramente el llamado es a ir y enseñar. Esta es la regla de la misión y el discipulado. En Deuteronomio 6:4-9 el llamado primordial es “Amar a Dios con todo el corazón y con toda el alma y con todas tus fuerzas”. La reacción natural de cada verdadero creyente debe ser la misión, no podemos decir que amamos a Dios si no nos movemos en esta dirección, ya que del amor debiera fluir el deseo de glorificar a Dios en todo y en todos, “Porque todas las cosas proceden de Él, y existen por Él y para Él. ¡A Él sea la gloria por siempre! Amén” (Rom. 11:36 NVI).
Algunos podrían, o mejor dicho, piensan que misión es prepararse un poco y viajar a otro continente y nada más que eso, pero Dios en su Palabra nos muestra el verdadero camino de la misión, el cual comienza en nuestro corazón, hogar, nuestros hijos y parientes. Deuteronomio 6: 4-9 es claro en decirnos: “Grábate en el corazón estas palabras que hoy te mando. Incúlcaselas continuamente a tus hijos. Háblales de ellas cuando estés en tu casa y cuando vayas por el camino, cuando te acuestes y cuando te levantes. Átalas a tus manos como un signo; llévalas en tu frente como una marca; escríbelas en los postes de tu casa y en los portones de tus ciudades”.
La mayoría de nosotros hemos creído que el sentido de la misión es ir a otros solamente, pero no es así, nuestra primera misión es predicarnos el evangelio cada día, grabarnos en nuestros corazones las palabras del Dios Redentor. No solamente debemos hacer discípulos, sino que debemos hacernos discípulos de Cristo cada día. Partiendo de este principio lo que sigue son nuestros hijos y o parientes. La enseñanza dentro de la familia es un mandato de Dios, y nuestros hijos son “hijos del pacto”. Ante esto nuestro deber es la enseñanza de la Palabra de Dios cada día y en todo lugar. No debemos desperdiciar el tiempo, sino clamar a Dios por su gracia en esta obra evangelizadora.
Debemos ser predicadores en nuestros hogares, en palabra y ejemplo que lleven ovejas a Cristo. Thomas Brooks escribe: “La vida de un predicador debería ser un comentario de sus doctrina; su práctica debería ser el complemento de sus sermones. Las doctrinas celestiales siempre deberían ser adornadas con una vida celestial”[7]
Hoy nos vemos en la necesidad de estudiar más profundamente la Escritura con la ayuda del Espíritu Santo, no solo para dar un mensaje claro y verdadero, sino también, para actuar conforme a lo que Cristo nos ordena en Su Santa Palabra. La Iglesia primitiva se preocupó por la edificación como por el evangelismo, hoy en día, no debe cesar, sino que debe crecer progresivamente en la vida de los creyentes, tanto personalmente, como en comunidad. Nuestro deber es predicar el Evangelio. “Por tanto, id… y Haced discípulos… enseñándoles”.
Juan Calvino, Enseñanza y Misión
“La gente llamó afortunado a Gerard Calvino cuando se casó con Jeanne le Franc, la hermosa hija de un posadero retirado. Su primer hijo fue Charles. Los dos siguientes murieron y luego vino Juan, el muchachito de los ojos penetrantes que vino a ser el favorito de sus padres. Nació a las 1:27 de la tarde, el 10 de Julio de 1509”.[8]
La historia del cristianismo fue escrita con pequeños hombres que fueron usados grandemente por Dios, Juan Calvino es uno de ellos. Para muchos solo fue un gran teólogo inmiscuido en las letras, preocupado de la doctrina y el desarrollo de esta, pero desconocen el espíritu evangelizador que brota desde sus mismos escritos. Calvino junto a otros reformadores, enseñó la evangelización, de forma general proclamando el evangelio con fervor y reformando a la Iglesia de acuerdo con los requerimientos bíblicos.[9] Él apuntó a la responsabilidad de los cristianos de ayudar en extender el Reino de Dios.
Según la visión de Calvino, la Misión comprende tanto de la soberanía de Dios, como también la responsabilidad del hombre. Dios usará a los hombres como instrumentos en su obra evangelizadora, es Dios quien convierte por obra soberana, pero se revela a través de la predicación del evangelio. Calvino dice que somos los colaboradores de Dios, Él nos permite participar del honor de proclamar a Cristo como Rey y Señor en todo el mundo.
La responsabilidad del creyente es orar por esta obra, que el evangelio sea extendido por todo el mundo, cada uno debe preocuparse por glorificar a Dios en esta gran Misión, no hacer esto sería una contradicción. Calvino escribe:
“Nada podría ser más inconsistente respecto a la naturaleza de la fe que aquella pasividad que lleva a un hombre a despreocuparse de sus hermanos y guardar la luz del conocimiento… en su propio seno”[10]
Por gratitud debemos llevar el evangelio a todos, ejemplo hemos obtenido en Cristo, que entregó su vida por aquellos que serían salvados. El no hacer esto nos llevaría a parecer ingratos a Dios por nuestra salvación. Calvino enseñó que todo creyente debe testificar de palabra y hecho de la gracia de Dios a todo aquel con quién se encuentre. Esto nos lleva a la frase “las actividades generales de la vida” (la cual me refiero en el primer capítulo). Toda relación cotidiana que tenemos como seres humanos es una oportunidad para predicar el evangelio de la gracia de Dios en Cristo Jesús. Calvino afirma el sacerdocio de todos los creyentes que implica la participación de la Iglesia en el ministerio profético, sacerdotal y real de Cristo. La “tarea real”, dice Calvino, tiene que ver con hacer discípulos, una base poderosa para la tarea evangelizadora de la Iglesia viviente.
Para Calvino la evangelización implica un continuo llamado al creyente a ejercitar la fe y el arrepentimiento, esto es un compromiso de por vida. La evangelización demanda edificar a los creyentes en la fe más santa, según los cinco principios de la Reforma: Sola Escritura, sola gracia, sola fe, solo Cristo, sola gloria de Dios[11].
Calvino fue un notable practicante de este tipo de evangelización dentro de sus predicaciones. William Bouwsma escribe: “Predicó regular y frecuentemente sobre: el Antiguo Testamento los días entre semanas a las seis de la mañana, cada dos semanas; el Nuevo Testamento los domingos por la mañana; y los Salmos los domingos por la tarde. Durante su vida predicó, con este programa, unos 4.000 sermones tras su regreso a Ginebra: más de 170 sermones al año”[12]. La intención de Calvino en la predicación era edificar como también evangelizar. Los predicadores, escribió, deben ser como padres, partiendo el pan en pedacitos para dar a comer a sus hijos.
En Ginebra se demandaban sermones en cada una de las tres Iglesias, primero a las 09:00. A medio día, los niños a clases de catecismo. A las 15:00, se volvían a predicar sermones en cada Iglesia. La visión de Calvino era reformar a los ginebrinos en todas las esferas de la vida. En sus ordenanzas eclesiásticas, demandaba tres funciones adicionales, además de la predicación, que cada Iglesia debía ofrecer:
- Enseñanza. Los doctores de teología debían explicar la Palabra de Dios, primero en las conferencias informales y, después, en el contexto más formal de la Academia de Ginebra, establecida en 1559. Para la época en que el sucesor de Calvino, Teodoro de Beza, se retiró, la Academia de Ginebra había preparado a 1.600 hombres para el ministerio.
- Los ancianos nombrados dentro de cada congregación eran, cuando Calvino vuelve a entrar en Ginebra, la asistencia de los pastores para mantener la disciplina cristiana, vigilando la conducta de los miembros de la Iglesia y sus líderes.
- Los diáconos de cada Iglesia estaban para recibir contribuciones y distribuirlas a los pobres. Inicialmente, las reformas de Calvino se encontraron con extrema oposición local. La gente en particular objetó el uso eclesiástico de la excomunión para ejercer la disciplina de la Iglesia. Tras meses de amarga controversia, los ciudadanos locales y los refugiados religiosos que apoyaron a Calvino ganaron control de la ciudad. Durante los últimos nueve años de su vida, el control de Calvino de Ginebra fue casi completo[13]
Calvino quería que la ciudad se convirtiera en una especie de modelo reformado para el reinado de Cristo por todo el mundo. La influencia de Ginebra se extendió por Francia, Escocia, Inglaterra, Holanda, algunas partes de Alemania occidental, regiones de Polonia, Checoslovaquia y Hungría. La Academia de Ginebra se convirtió en mucho más que en un lugar donde aprender teología. Philip Hugues escribe:
“La Ginebra de Calvino era mucho más que un refugio o una escuela. No era una torre de marfil teológica que vivía para sí misma, olvidada de su responsabilidad en el evangelio para con las necesidades de los demás. Barcos humanos eran equipados y reparados en este puerto… para emprender un viaje por el circundante océano de las necesidades del mundo, enfrentándose con valentía a todas las tormentas y peligros que les esperaban, para llevar la luz del evangelio de Cristo a quienes estaban en la ignorancia y tinieblas de las que ellos mismos habían salido originalmente. Eran enseñados en esta escuela para que ellos, a su vez, enseñaran a otros la verdad que los había hecho libres”[14]
Claramente Calvino estaba interesado por la Misión, que el evangelio se extendiera por todo el mundo. La enseñanza dentro de la Iglesia, donde se usaban “catecismos”, era primordial para llevar la semilla y tirarla por cada lugar, abarcando cada esfera de la vida cristiana. Él creía que la gran comisión no solo era para los apóstoles, sino para todo creyente. Por esto mismo era necesario la preparación en el estudio de la Palabra de Dios.
“La Gran Comisión no está dirigida sólo a los once. Es el programa a seguir para todos los discípulos. Ser un discípulo es ser un hacedor de discípulos”[15]
La Misión dentro de la iglesia siempre ha sido el talón de Aquiles. El desarrollo de Teología es un área importante dentro de la misma, para Calvino era así, pero ésta iba llena de un espíritu evangelizador que abarcaba todas las esferas. ¡Que esta visión del padre de la Reforma florezca en este tiempo! Y que nuestra teología sea complementada por la Misión de Dios en Su Iglesia para Su gloria.
La enseñanza teológica, la confesionalidad y los catecismos van de la mano con la misión. Calvino no solo era un hombre de una mente brillante, sino también un hombre piadoso que buscaba glorificar a Dios a través de una vida sumida en la abnegación. No solo imitemos o busquemos el conocimiento que este hombre nos muestra en cada uno de sus escritos, si hacemos esto caeremos en un grave error. Muchos están hambrientos de conocimiento, pero lamentablemente tienen vidas contrarias a lo que profesan. Éstos leen a los reformadores, pero evitan la vida práctica de cada uno de ellos. La consecuencia es una misión estéril que hace el llamado a una generación que no ve la transformación que produce el evangelio en aquellos que han creído. Examinemos nuestros corazones a la luz de las Escrituras y obedezcamos los que Dios nos ordena.
“Atendamos a lo que Dios nos ha ordenado, porque a Él le place mostrar su gracia no solo a una ciudad o a un puñado de personas, sino que desea reinar sobre todo el mundo, para que todos le sirvan y le adoren en verdad”[16]
Los Puritanos
La palabra “puritano” incluye a aquella gente que fue expulsada de la Iglesia de Inglaterra por la Ley de Uniformidad de 1662. El término, sin embargo, también se aplica a quienes en Gran Bretaña y Norte América, durante varias generaciones después de la Reforma, trabajaron para reformar y purificar la Iglesia, y guiar a la gente hacia una vida bíblica y piadosa, consistente con las doctrinas reformadas de la gracia. El puritanismo surgió de, al menos, de tres necesidades: (1) La necesidad de una predicación bíblica y una enseñanza de doctrina reformada sana; (2) la necesidad de una piedad bíblica y personal que acentúe la obra del Espíritu Santo en la fe y vida del creyente; y (3) la necesidad de la restauración de una simplicidad bíblica en la liturgia, vestimenta y gobierno de la Iglesia, de modo que una vida de Iglesia bien ordenada promoviera la adoración del Dios trino como es prescrita en Su Palabra[17]. Su fe era un calvinismo dinámico; compartieron la pasión de Pablo por la santidad personal y por la gloria de Cristo en su iglesia; y su propósito constante y unificador era promover la predicación espiritual y buscar la revitalización del ministerio.[18]
J. I. Packer escribe: “Los Puritanos trataron de aplicar las verdades eternas de la Escritura a las circunstancias particulares de su propio día: moral, social, política, eclesiástica, etc. Si mantenemos la verdadera tradición puritana, debemos buscar aplicar esas mismas verdades a las circunstancias alteradas de nuestros días. La naturaleza humana no cambia, pero los tiempos sí; por lo tanto, aunque la aplicación de la verdad divina a la vida humana siempre será la misma en principio, los detalles de la misma deben variar de una época a otra.”
Sobre la evangelización
Los puritanos no utilizaban la palabra “evangelización”, pero eran evangelizadores en todo sentido. Para ellos la evangelización era una tarea de la Iglesia centrada en las Escrituras, y particularmente sus Ministros. Ellos eran pescadores de hombres que llevaban a estos a la fe y el arrepentimiento, y todo esto en una vida en santificación y piedad.
Al igual que los reformadores, los puritanos eran catequistas. Creían que los mensajes del púlpito debían ser reforzados por el ministerio personalizado mediante la catequesis –la instrucción en las doctrinas de la Escritura usando los catecismos-. La catequesis puritana fue evangelizadora en varios sentidos[18]. Varios de los ministros puritanos crearon catecismos con la mentalidad de ayudar a los niños, jóvenes y adultos en comprender las doctrinas de la Escritura, los padres eran instruidos, para enseñar a sus propios hijos, y así fortalecer los fundamentos doctrinales de la Iglesia en contra del error, y por supuesto, como hacer apologética en este sentido. En su mayoría la catequesis era la continuación de los sermones, y una manera de alcanzar al prójimo. Joseph Alleine, según dicen, continuaba su obra del domingo, cinco días a la semana, catequizando a miembros de la Iglesia y alcanzando con el evangelio a gente que se encontraba en las calles[19].
Como vemos la catequesis era evangelizadora, y con razón de examinar el corazón de las personas. Tanto Reformados como puritanos usaron estos métodos bíblicos de enseñanza y evangelización, un sistema que con el tiempo fue perdiéndose y quedando en el olvido. En los siglos en que el avivamiento protestante estuvo en su más alto nivel, estos métodos eran las bases en las comunidades de creyentes. La base doctrinal es una falencia dentro de las iglesias confesionales en este siglo, y al echar una mirada al pasado, es necesario reconocer que el vino viejo es mejor que el nuevo.
Iain Murrai escribe: “Sería insensato ignorar la gran diferencia que existe entre nuestros días y los de nuestros antepasados del siglo diecisiete. Sus tiempos se caracterizaron por las poderosas operaciones del Espíritu de Dios. La observancia de la oración secreta y el culto familiar, la audiencia de sermones de dos horas de duración, la celebración de días de acción de gracias o de ayuno, eran tareas agradables para gran parte de la gente”
El error de la iglesia contemporánea es alejarse de la verdadera tradición reformada. Hoy vemos cómo se coquetea con el progresismo y el liberalismo teológico. Muchos de los nuevos ministros desconocen la piedad, desconocen el quebrantamiento de un corazón que ha contemplado la gloria de un Dios Santo y que está continuamente asombrado por la inmensidad de Dios. Pero alguno replicará que el mover de Dios se ve en estos movimientos, las iglesias se están llenando y que todo va bien, la misión avanza. Claramente existe un mover, pero ¿es el mover de Dios? ¿Es la predicación fiel centrada en Cristo en centro de este mover? Debemos hacernos estas preguntas y examinar lo que se nos presenta como bueno y agradable a nuestros corazones caídos.
Si miramos al pasado, el mover de Dios era en el poder del Espíritu Santo y en la predicación fiel del evangelio, que desembocaba en corazones totalmente quebrados ante el poder del evangelio. Iain Murray escribe: “Thomas Goodwin, después de escuchar la predicación de Rogers de Dedham, colgó “un cuarto de hora llorando en el cuello de su caballo, antes de tener poder para montar”. Desde las Casas del Parlamento hasta las casas de humildes habitantes, la piedad era conocida y amada. Un escritor de historia de la Escocia del siglo XVII dice: “Hubo la atmósfera de un paraíso de comunión con Dios”.
Confesionalismo
Hacia el año 1649 la Asamblea de Westminster había concluido el trabajo para el cual fue llamada. Los siguientes documentos fueron producidos: La confesión de fe, la forma de gobierno presbiterial, El catecismo mayor y el menor, el Directorio de adoración pública y el Salterio con 150 salmos[21].
El objetivo principal de la Asamblea de Westminster era estructurar un sistema de gobierno eclesiástico y adoración pública, que pudiera unificar los reinos de Inglaterra, Escocia e Irlanda. Uno de ellos, Parlamento inglés, declaro que la Asamblea de Westminster tenía poder y autoridad para asuntos y temas referidos a la adoración, disciplina y gobierno de la Iglesia, como también la vindicación, purificación de la doctrina, de todos los errores y calumnias[22]. En 1649 fue ratificada por el Parlamento de Escocia, para ser luego rescindida por el Parlamento de 1661, y luego nuevamente ratificada por el Parlamento de 1690[23].
En su mayoría, las Iglesias reformadas confiesan que estos documentos constituyen una fiel exposición de las doctrinas fundamentales de la Palabra de Dios. Por eso creemos, y confesamos y los estudiamos como subordinados a la Palabra de Dios, que es la única regla de fe y conducta.
Como Iglesias confesionales, la enseñanza estaba fundamentada en la Confesión, estos artículos que a lo largo de los siglos nos ha guardado del error y la herejía.
Un ejemplo son los Bautistas, y entre ellos los puritanos bautistas, fueron apegados a su Confesionalidad, en sus enseñanzas y catecismos, fuero practicantes de estos métodos en la comunidad y en la misión, uno de ellos era Charles Spurgeon, quien creo catecismos para la enseñanza de niños y adultos. Ante estos documentos, no sólo está el esfuerzo espiritual y teológico de un grupo de hombres, sino también la sangre de miles de mártires los cuales entregaron sus vidas por expandir el Reino de Dios por todo el mundo. Claramente la historia nos muestra el camino que hemos perdido durante el transcurso de los siglos, la enseñanza confesional y catequista que afirmó a la iglesia en los momentos más terribles en la historia de la humanidad. Que Dios incline nuestro corazón y haga atento nuestro oído a Su Palabra.
Meditemos
La realidad en función de los métodos contemporáneos de enseñanza, muestran claramente las falencias que desembocan en la Misión. Partiendo epistemológicamente el problema es este, los fundamentos han sido cambiados y desplazados por métodos pragmatistas y humanistas que buscan resultados en base del sensacionalismo antropocéntrico. Pero este, es uno de los problemas, ya que por otro lado el intelectualismo ha llevado a muchos por los áridos desiertos de la Sola razón, dejando el corazón seco y olvidadizo del agua del Espíritu. No debemos despreciar lo que nos relata la historia, y no sólo ella, sino la Palabra de Dios. Hoy el debate ha llegado a estremecer nuevamente a la Iglesia, la Infalibilidad e inerrancia de las Escrituras está en juego, las bases epistemológicas están siendo cuestionadas de maneras aberrantes, nuevos vientos de guerra soplan queriendo derribar la comunidad de los santos. Y esta es la tarea de todo creyente confesional, reafirmar nuestros cimientos reformados, –¡Creemos y confesamos!-, este debe ser nuestro lema, pero no solo de palabra, sino entendido, vivido y enseñado dentro de la familia, comunidad y en cada esfera de la vida.
La Misión nos espera, es un mandato, pero esto comienza primeramente en nuestro corazón, debemos hacernos discípulos cada día y entender que ser un discípulo es ser hacedor de éstos. Los reformadores lo entendían de esta manera, no sólo era construir pirámides teológicas en las ciudades, como algunos las construyen en las redes sociales, no, era mucho más que eso. Calvino en Ginebra se encargó de hacer teología, pero ésta tenía un fin, y era la Misión, ojalá esto se entendiera dentro del marco intelectualista seco y cruel de las redes sociales. Calvino creía en esto, y se manifestaba en cada predicación y enseñanza teológica, llevar el evangelio a todo el mundo. Lamentablemente hoy existen muchos creyentes satélites, que menosprecian la Iglesia[24], y la enseñanza. Este es un punto importante para la misión, pues no se puede llevar a cabo la salvación y edificación de los seres humanos fuera de la iglesia y sin la iglesia. Volvamos a nuestras raíces, volvamos a las Escrituras.
“Por tanto, id, y haced discípulos a todas las naciones, bautizándolos en el nombre del Padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo; enseñándoles que guarden todas las cosas que os he mandado; y he aquí yo estoy con vosotros todos los días, hasta el fin del mundo. Amén.” (Mateo 28: 19-20)
Publicado originalmente por The Covenant League.
Pablo Flores Figueroa
Pablo Flores Figueroa, casado con Norma Tobar Tapia, padres de tres niñas: Javiera, Francisca y Catalina. Estudiante de teología en el Seminario Presbiteriano José Manuel Ibáñez Guzmán. Amante de la lectura, mayormente de los Puritanos.